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Existió un ogro mal humorado llamado Redy que se defendía de la maldad de la gente asustándola con su feo rostro y espantosos gritos. Este ogro vivía en la cima de una montaña en un gran castillo que había construido con sus hermanos antes de que murieran, él tenía un solo amigo llamado Jack, él era un pequeño hombre que tenía una maravillosa esposa y dos hijos y subsistía de cortar leña en los grandes bosques de aquel país.
Un día cualquiera el ogro lo buscó y le dijo que se sentía muy solo, que su padre antes de morir le había dicho que cuando estuviera preparado para casarse debería cruzar las diez montañas y un mar completo para llegar a la isla ketasol, donde habitaban la mayoría de su especie.
El amigo, sin pensarlo dos veces, le pidió al ogro que le prestara tres monedas de oro para dejarles a su mujer y los hijos y que de esta forma lo podría acompañar, el ogro no lo dudó ni por un momento y fue así como un día después emprendieron el viaje, cruzaron con gran dificultad las montañas, luego de enfrentarse a miles de peligros. El problema empezó cuando llegaron a la orilla del mar, pues no había una barca que pudiera resistir el peso de aquel gran ogro, pero el amigo con su gran genialidad propuso fabricar una barca y así fue: lo hicieron en tres días; pronto se inició el viaje por mar y no fue muy fácil llegar a la isla ketasol.
Después de naufragar por varios días llegaron al sitio esperado, a la entrada le dieron los requisitos para poder conseguir una esposa que le hiciera compañía, luego de conocer los requerimientos empezó la búsqueda de aquella piedra preciosa , tenía sólo doce horas para buscarla por toda la isla; el tiempo se acababa y no lograba encontrar la piedra, cuando de repente se cayó a un gran hoyo y pidió auxilio, Jack pronto acudió a auxiliarlo y cuando el ogro pasaba cerca de la mitad del hoyo, vio algo muy brillante, entonces acercó su mano y encontró la piedra. Salió muy rápido de allí, pues sólo faltaban dos minutos para que se cumpliera el tiempo estipulado.
En un santiamén se encontraron en el lugar donde se hallaban las hembras de aquella especie y allí Redy escogió la pareja que lo acompañaría por el resto de su vida. Se casaron en aquel lugar y rato después emprendieron el viaje para su castillo. Y desde entonces todos son felices.
ERIKA MARÍA ESTRADA SÁNCHEZ |
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Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".
Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.
Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.
Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.
Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.
Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.
Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
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