AHORA
Callada la noche fúnebre, desarraigada de toda actitud meramente normal, sin amor, ni alegría, con dolor y llanto capaz de roer los huesos y de carcomer almas, estaba solo, sucio y mal oliente, lleno de llagas purulentas y con una sensación de lepra que ya no me importaba.
En pocas palabras: la muerte en vida me tenía y pensar que ahora mi único refugio es la nada.
Antes no era así, antes reía, soñaba, pero trágicamente también amaba.
EL EXTRAÑO CASO DE LA CUCARACHA
Lo último que vi fue la expresión de rabia de su cara.
Eran casi las 2 de la mañana y estando trabajando en mi labor diaria fui y realicé el recorrido de rutina.
Luego de avanzados 18 segundos de caminata, escuché un ruido, nada usual, a esas altas horas, analicé la situación:
Ubicación del sonido: hacia allá.
Provocador del sonido: la oscuridad no lo permitía saber.
Distancia: por lo menos 4 metros.
Luego de haber analizado un poco la situación, gracias a mi pertinente entrenamiento de sigilo avanzado, corrí a esconderme, aún creo que el lugar que escogí no fue el mejor, pero fue el primero que encontré, el sonido se comenzó acercar, sabía que nada era usual, comenzaba a sentirme asustado, el sudor frío me inundaba, la saliva ya no pasaba por mi garganta, así pasaron los dos segundos más eternos de mi vida.
La oscuridad, siempre compañera de actos no muy bien vistos por los demás, me deparaba algo.
Siento que está junto a mí, el susto me invade completamente y sin quererlo corro con todas mis fuerzas, una luz ciega mis ojos y al reponerme lo último que vi fue la expresión de rabia de su cara, porque estaba parado sobre la comida del día siguiente.
QUÉ DESCANZO
Abriendo los ojos con un susto que jamás había sentido, me despierto atemorizado y sudoroso por un sueño que no esperaba tener.
Acabo de soñar que mis padres están vivos.
Me levanto sigilosamente, me refriego los ojos tratando de despertar, pero no ocurre nada -tengo miedo- me acerco al armario sucio y mal oliente de mi habitación, un pensamiento aterrador me pone a temblar, agarro el picaporte y suavemente abro las puertas de aquel placar…
Pero me tranquilizo, pues los cuerpos de mis pálidos padres aún están en su lugar.
Ricardo León Flórez. |