QUERIDA RUSSI

Eran las 6:30 de la mañana, en la casa ladró el perro y alguien encendió la luz. Sólo se reflejaba la sombra de Ney; su corazón latía cada vez más fuerte, sus ojos parecían no parpadear, su olfato estaba húmedo y no paraba de ladrar.

Rufo, el mayordomo, había encendido la luz, también parecía estar bastante asustado. No veíamos nada, estábamos inquietos por saber cuál era el motivo de los ladridos de Ney.

Esto sucedió durante nueve días; noche tras noche entre las 9:30 y las 10:00 Ney no paraba de ladrar. Luego quedaba como exhausto y dormía.

Yo no lo quería hacer, pero al décimo día no tuve más remedio que continuar la historia. Un pinchazo traspasó aquel pelaje blanco, fino y grueso, el que tantos días acaricié. Poco a poco se iba su respiración, sus ojos dejaron de brillar y su corazón no latió más.

Cada año recuerdo tus palabras, especialmente en estos momentos tan duros en que me toca deshacerme de ellos. Recuerdo tu frágil carita de niña que trataba de explicármelo todo. Sí… ¿Cómo no recordarlo?

 “ahí está él de nuevo, dice llamarse ALANO MONARCA,

 puedo ver su fino pelaje negro, es grande muy grande;

los manipula, los enloquece, ellos sólo cumplen sus órdenes”

Yo nunca te puse cuidado; tenías la edad suficiente como para volar y fantasear imaginándolo todo.

Es como una película que rueda cada noche: tu llanto no saciaba, un líquido rojo tapaba tu cara. Corrimos al hospital; las heridas eran bastante profundas, los médicos trataban de hacer todo lo posible pero aquellas heridas nunca desaparecieron.

 

Desde aquella noche cada cachorro desaparece, lo desaparezco. Parece increíble, pero toda su dulzura, inocencia y fidelidad se esfuman con la presencia de este ser; yo nunca lo he visto, pero sé que está ahí cada vez que ellos ladran sin razón alguna. Los domina, los oprime, los vence. Cada vez que uno de ellos ataca crece el poder de este monarca.

Ya sólo faltan tres días para tu transplante, para tu nuevo rostro, una nueva sonrisa y una nueva vida.

Pronto volverás…y sé que lo harás con el firme objetivo de encontrar la manera de vencer este extraño ser.

Alejandra María Zuluaga León

Decálogo del escritor, Augusto Monterroso (1921-2003)
 
Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
 
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