LA MUERTE DE LA SEÑORITA WAIRA

Ese 15 de  marzo de 2007 me encontraba  con  Roso,  mi gran amigo de muchos años, disfrutando de unas merecidas vacaciones en las islas de San Andrés.  Habíamos elegido aquel lugar por la facilidad para hospedarnos.  

La madre de la señorita Waira  era la propietaria del hotel  y, por ser amigos de su hija, nos ofreció alojamiento  con todo a nuestra disposición. Teníamos una habitación  frente al mar  donde aproveche para escribir mis más íntimos poemas de amor. Todo lo que me rodeaba era propicio para  la inspiración, las puertas con corredizas de vidrio que daban a un balcón por el cual se ve directamente al Mar, la regadera de mármol cerrada con canceles de cristal y una mesita con sillas también sería bueno una breve descripción de la mesita y las sillas (al menos enunciar un rasgo característico). Todos los empleados del hotel nos atendieron como reyes.  

Al anochecer la señora Rosario tocó nuestra puerta.

-Estoy muy angustiada y ustedes son los únicos que pueden ayudarme.

- ¿qué pasó señora Rosario?

- Me llamó desde Medellín   la amiga de mi hija, informando  que desde hace una semana el despacho de mi hija se encuentra sellado y que no la encuentran por ningún lado. La policía ha recorrido todas las morgues, los parques, las estaciones del metro y aún no la han localizado y ustedes son las únicas personas en las que confió.

- Está bien  señora, mañana  a primera hora estaremos en Medellín para ponernos al frente de esa búsqueda. Usted sabe que nosotros somos los mejores de la cuidad -  Dijo  mi amigo. 

De camino diseñamos un plan de búsqueda, primero iríamos al apartamento de la señorita Waira  para buscar evidencias, luego a la oficina de abogados  ubicada en el parque Berrio.  

Cuando llegamos nos informaron que  había aparecido el cuerpo descuartizado  envuelto en bolsas  a la orilla del río Medellín.  

Estando en el cementerio escuché una dulce voz  que susurró a  mi oído - esto no se queda así.  

Las palabras del sacerdote  me conmovieron demasiado, pues en su homilía expresó: oremos hermanos para que este asesinato no quede impune y la justicia de Dios  y la ley de nuestra patria recaiga sobre el culpable.  

Parece que estas palabras se convirtieron en una maldición, pues  pasadas tres semanas me encontraba en mi apartamento escuchando la canción  que yo le había dedicado, Milagro de abril, cuando  llegó mi amigo Roso con una esposas  acusándome del asesinato.  

- ¿por qué lo hiciste Mario?

Le dije que no era culpable y que tampoco había pruebas en mi contra.

- Leí tus poemas Mario y allí se encuentra la evidencia más pura.  

En la comisaría y frente a todos, Roso me inculpó, relatando todo lo sucedido:

- Doña Rosario estoy muy seguro que  el asesino es Mario.

- ¿cómo hiciste para encontrar pruebas en su contra si en el tiempo de la desaparición de mi hija  ustedes estaban en San Andrés hospedados en mi hotel?

Inicialmente Mario empezó ha hablar solo  como si estuviera acompañado por una mujer no visible por mí. Cuando nos subimos al bus él dijo: - no se preocupe,  yo le cedo el puesto. Y nadie se sentó a mi lado. En el restaurante pidió tres bandejas para el almuerzo  y quedó una intacta en la mesa. Al subir al metro compró tres tiquetes pasándolos todos por la registradora, uno se perdió.  

Al revisar el despacho de la señorita Waira  encontré un poema que me hizo pensar inmediatamente en mi mejor amigo.  

Hoy vuelvo a encontrarte

Después de mil búsquedas eternas,

Hoy sueño con un espacio a tú lado

Para vivir aquello que he idolatrado.

Eres la musa del éxtasis ardiente,

Eres  la dulcinea del toboso

Que se esquiva ante esta mirada

Pura, elocuente, segura.

Eres la musa de mis sueños

Soy tu recuerdo, seguidor de estas tierras

Soy tu caminante añorando solo  recorrer

Un poco de cielo contigo.

Soy ese loco jurista que

Sueña con amarte eternamente. 

     Tu saturnino poeta 

Pensé que ese poema pertenecía a Mario porque él es un abogado retirado se dedicaba a escribir. En esos mismos días visité el apartamento de Mario a escondidas, pude ver su libreta de poemas. 

Tu sublime patria

Tu amor de conciencia

Burocracia pestilente,

Habitada en el desprecio contundente.

Ramera del  gobierno

Ilusa de la vida

Inequívoca desgracia

Dejas  este corazón hambriento

A la orilla del clímax subterráneo.

Al bordo del suicidio he quedado,

Después de el tiempo disfrutado,

Por fin una vista  al  mar de gente,

Vestida de verde y rojo,

Un cautivo y espeso vino romántico, en Antares

Han quedado en mis anclados.

     Tu saturnino poeta. 
 
 

Me di cuenta que este poema era una metáfora a  lo que había sucedido: Primero vieron el clásico entre Deportivo Independiente Medellín y Nacional, luego la invitó a comer a un restaurante romántico, después fueron al apartamento de Mario y allí entre unas dulces copas del más fino licor las prendas fueron desapareciendo una a una. Pero  cuando ella observó sus partes íntimas no llenaron sus expectativas,   ella lo rechaza, se aleja de la habitación y él no soporta semejante desplante después de haber invertido todo su sueldo de fin de mes. Por esa razón la estranguló contra la pared, sacó un pedernal que tenía guardado  y lo clavó sobre  su nunca, arrastró su cadáver al baño de  su habitación, empleó un cuchillo de cocina para decapitarla y descuartizarla, luego la hechó en bolsas  y la única opción que vio fue llevarla en su automóvil  y tirarla al río Medellín.  

También visité al sacerdote quién me explicó que  las conversaciones a solas que tenía Mario eran una muestra de que el alma de Waira está en pena, por lo tanto se le aparecía a  Mario en forma fantasmal para  pedir justicia por su crimen. 

Mario habló con mi jefe para pedir nuestras vacaciones  como premio  por haber encontrado el asesino del periodista Jaime Garzón.  Y por eso resultamos en tu hotel.  Además al hacer una requisa a la casa de Mario encontramos la billetera de la señorita Waira debajo de la pipeta del gas, allí había una tarjeta del restaurante  que nombraba Mario en su poema.  

Después de esto me tocó declararme culpable, las pruebas eran contundentes, Waira se me empezó a aparecer cuando estábamos en el entierro. Yo la veía por todos lados, ella me acompañaba por la calle, se acostaba,  se levantaba, comía, vivía  conmigo. Muchas veces le dije que me dejara en paz, ella me decía que no.  Pude observar su rostro de felicidad  cuando llegó Roso con la policía. Se puede decir que fue la última vez que la vi.  

Hilda Morales Luna

Decálogo del escritor, Augusto Monterroso (1921-2003)
 
Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
 
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