DOS HIJOS DE PUTA

 

El sol araña mi cara,

rasga a pedazos mis ilusiones;

el viento con toda su inmundicia se adhiere a mi cuerpo,

no digo nada, no puedo decir nada.

 

Cada día me acostumbro más, me someto más

a esta mi realidad: porque mi mundo es real,

tan real y cochino como el tuyo.

 

En fin, vivimos en el mismo mundo,

tú, en la porquería disfrazada de poder,

yo, en la mugre vestida de cuerpo;

ambos, habitantes de esta calle llamada ciudad

y de esta muerte llamada vida.

 

Yo vivo en la inmundicia, tú eres parte de ella;

yo busco la muerte, tú eres ella:

la que asesina sueños, roba esperanzas,

malgasta presentes y derrocha futuros.

 

Tú, doctor de mierda, yo excremento de sociedad;

tu traje es igual de fúnebre a mi mugre

y tu vida igual de cochina a la mía.

 

Ambos nos repudiamos siendo iguales,

hijos de una “puta” vida

por la que gemimos cada día.

 

Pero cuando esto termine,

allá en la tumba, en las puertas del infierno,

nos abrazaremos, nos miraremos fijamente

y al fin como dos hermanos viviremos eternamente.

 

 

 

LA CULPABLE

 

Por ti, lucha el soldado;

Por ti, el pueblo pelea;

Por ti, el político miente;

Por ti, mi patria se desangra;

Pero aunque valgas mucho,

no dejas de ser una ramera,

mal llamada democracia.

Andrés Orozco

 

 

 
Decálogo del escritor, Augusto Monterroso (1921-2003)
 
Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
 
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