EL ÁRBOL INTELIGENTE

Se escucho un gran ruido en el bosque zas, zas, zas, alce mis ramas para mirar a mi alrededor vi como mos compañeros, amigos, hermanos caían unos ecima de otros y alsando mi cabeza descubrí un gigante con apariencia cruel y desafiante tenia dos manos, dos pies, en sus manos tenia un aparato que se parecía a una cuchilla automática de gran ruido era asustador y quitaba nuestra tranquilidad cambiaba el dulce cantar de los pajaritos que se acercaban para descansar en nuestras ramas por un aturdidor sonido y sin preguntar si deseaban vivir mas los iban derribando y senti como se acercaban ami, a pasos agigantados fue entonses cuando se me ocurrió una gran idea, hable con mis compañeros y les propuse que tapáramos la fuente de agua que el agua era vida que sin ella no podríamos vivir y que nosotros éramos necesarios para su producción; fue asi como llegó una gran sequia y el sol viendo nuestra angustia se hizo mas ardiente y penetrante, vi como aquel gigante trataba de protegerse con nosotros pero estábamos débiles y nos estábamos marchitando, fue entonces cuando aquel gigante comprendió, que sin nosotros no podría vivir, así que se puso a pensar y salio corriendo y al poco rato llego con muchos más.  Mi re con gran sorpresa como empesaron a sembrar muchos bellos  y hermoso árboles.  Volvio la felicidad a éste tranquilo bosque y al poco tiempo ya eramos el doble. 

María Paula Mejía Mejía

(10 años, grado quinto) 

Decálogo del escritor, Augusto Monterroso (1921-2003)
 
Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
 
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